martes, 12 de marzo de 2019




Simón,
la huella
del tiempo.





El Teatro y la Historia, 2013.





Asesoría en Historia:
Natalia Alfonsi.
Dirección: 
Viviana Ruiz
Dramaturgia: 
Guillermo Yanícola.















1

Lo primero que se ve es la cabeza de Falcón. La luz sólo ilumina su cabeza. Luego hay más luz y se lo ve de cuerpo entero. Luego más y se ve una mesa de trabajo con herramientas y trozos de madera, estantes con juguetes a medio hacer, y a Simón. Es la sala de una fábrica de juguetes.  

Falcón. (Se ilumina todo su cuerpo) Volví, rusito. Volví. Acá me tenés. Rusito de mierda. Porque sos un rusito de mierda. ¿Sabés? ¿Por qué no te volvés a Rusia? Sos una mierda rusa. Mierda rusa. Te venís a sacar el hambre con nuestras vacas. Y encima te quejás, y no sólo te quejás del país que te abrió sus puertas. Encima el rusito es un tirabombas. Un anarquista tirabombas. ¿O no? Todos los anarquistas son tirabombas. Todos los rusos son tirabombas. Pero la Patria es nuestra. Y va a seguir siendo nuestra. Siempre. ¿Me escuchás? Nuestra. De los argentinos. Siempre. ¿Me escuchás? ¿Me podés escuchar?
Simón. Claro que lo escucho coronel. 
Falcón. Ahora vamos mejor. Cada cosa en su lugar. ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿En Rusia? ¿Qué mierda es este lugar? ¿Te volviste a Rusia?
Simón. Méjico.
Falcón. Méjico. Son todos indios acá. Una mierda. Todos la misma mierda. Los rusos y los indios. Pasamos de los malones indios a los malones rojos. Todos los rusos se van a Méjico. Escapan. Siempre escapando. Toda una vida escapando Rusito ¿No? ¿No te cansas? ¿No te cansaste? ¿No estás grande ya para seguir escapando?
Simón. Soy un hombre que construye juguetes, coronel. No escapo. Nunca escapé. No se puede escapar.
Falcón. Mentís. Y lo sabés.
Falcón en una reacción brusca, se toca la cara, como queriendo quitarse un insecto, luego se mira la mano. Busca pero no  tiene nada, no hay nada. Simón lo observa y sonríe.
Simón. No escapo. Escapé sólo cuando era cuestión de vida o muerte. Pero en lo esencial, no escapo. Como ahora. Que le hago frente, coronel Ramón Lorenzo Falcón, Jefe de la policía metropolitana de Buenos Aires. Milico. Milico de alma. Asesino de hombres desarmados. Asesino de obreros. Asesino por la espalda. Asesino.
Falcón le pega. Y tira la mesa, y con ella todas las pequeñas partes del juguete de madera que está armando Simón. Simón cae. La mesa derribada, las partes del juguete de madera esparcidas por el suelo.  
Simón. (Golpeado, sangrando) Ya lo ve: no escapo.
Falcón. Decís que no escapás, pero estás en Méjico. ¿A qué viniste? ¿A terminar tus días roñosos a este país roñoso? Son todos indios acá. Y rusos. No son argentinos, como nosotros. Son todos negros. Judíos. ¿De dónde venís rusito? ¿O naciste en Méjico vos?
Simón. (Limpiándose la sangre de la cara, reponiéndose del golpe, se pone de pie) Vengo de España.  
Falcón. A la mierda. ¿Sos un ruso de España?
Simón. Fui a luchar por la República.
Falcón. La República. ¿Y cómo te fue? Para el culo. ¿O no? ¿Todavía querés seguir? ¿Seguir luchando? ¿Por qué no aflojás? ¿Por qué no asumís que vencimos nosotros? ¿Sino por qué me tenés hoy acá? ¿Eh? ¿Qué vengo a hacer acá rusito? ¿A tu cabecita rusa? ¿No estás grande para seguir jugando con tus juguetitos? Es la hora de la verdad. De enfrentarte con lo que fuiste y con lo que sos.
Simón. Tal vez sea esa hora coronel. Ya soy un hombre grande. Me doy cuenta. Estoy un poco enfermo. Me cuesta respirar. Me duele el pecho, pero eso es así desde que tengo 14 años.
Falcón. Desde que tenías.
Simón. ¿Qué?
Falcón. Desde que tenías 14 años. Hablá bien carajo. Tanto tiempo hace que dejaste Rusia y todavía no aprendés el idioma.
Simón. Digo desde que tengo 14 años. Porque tengo 14 años desde entonces.
Falcón. Tenés la cabeza mal rusito. Me estás viendo. El tiempo pasó. El tiempo pasa. Y no vuelve. No se vuelve atrás. El tiempo va para adelante. El tiempo es un rey. El tiempo es el tiempo.
Simón. Coronel, esa es su concepción del tiempo, un tiempo lineal, un invento de la revolución industrial, muy conveniente a los fabricantes de relojes. Pero el tiempo es anárquico, no lo rige un patrón, lo de atrás está adelante y lo de adelante al medio, y lo del medio atrás, todo lo que pasará está pasando, lo que pasó pasará mañana, los hechos del futuro ya son desde el inicio. Todo suceso va y vuelve. Todo hecho desde que es ya no deja de ser. Todo puede mezclarse en un devenir aleatorio y azaroso y encontrarse el anverso de las noches en el reverso de los días.
Falcón. ¿Qué decís rusito? ¿Qué mierda es lo que decís?
Simón. Que el tiempo no existe, Coronel. El tiempo es un invento burgués.







2


Simón trabaja, concentrado. Da forma a un juguete con sus herramientas. Trabajo de carpintero pero con piezas muy pequeñas. Trabajo de relojero. Salvadora vestida de hombre, intenta hacerse pasar por un aprendiz, lo observa. Compenetrada en fingirse hombre. Observa a su alrededor. Simón la observa. Salvadora lo observa. Le sonríe. Simón la observa en silencio. Parco, serio. No le devuelve la sonrisa. Vuelve a su trabajo. Salvadora habla para darle charla.

Salvadora. ¿Así que acá es dónde trabaja? ¿Me va a enseñar? ¿No?
Simón. (Simón la observa, se toma su tiempo y luego contesta) Acá es dónde trabajo. Le voy a enseñar. Sí. Por supuesto. Para eso lo asignaron como aprendiz. Vea, primero: las preguntas las hago yo. Segundo: si a pesar de eso quiere hacer una pregunta, que sea una pregunta razonada. No una pregunta idiota. Ejerza su derecho a pensar. Su libertad de pensamiento. No pregunte si ya sabe la respuesta.
Salvadora. Disculpe. Pregunté por preguntar, para hablar de algo…
Simón. Ahorre saliva. No hable de más. Acá no vamos a hablar por hablar. Acá si pregunta es para aprender. Si va a ser mi aprendiz empiece aprendiendo eso.
Salvadora. Discúlpeme señor Brandisky.
Simón. Brandsky.
Salvadora. Sí. Eso. Brandsky. Simón ¿no? Simón Brandsky... Zawot. Dos apellidos. Polaco, según me dijeron…
 Simón sigue trabajando como si no la escuchara. Ella se siente ansiosa por empezar a trabajar. Se quita el saco. Lo apoya sobre la mesa de trabajo. Simón la observa. Salvadora retira el saco. Lo pone en el piso. Lo quita. Lo sostiene. Se lo vuelve a poner. 
Salvadora. ¿Y me va a empezar a enseñar ahora? Porque yo estoy listo para empezar. ¿Cuándo voy a trabajar yo? (Pausa, espera una respuesta que no llega) Está usted ahí trabajando y no me dice nada. ¿Me va a enseñar? ¿Tengo que esperar? ¿Empiezo mañana? ¿Me voy? Me voy. Vuelvo mañana. ¿Vuelvo mañana y me enseña? ¿O me quedo? ¿Me quedo y me enseña ahora? (Durante todo este texto se pone y saca el saco reiteradas veces)
Simón. Tengo un imán. Los atraigo. Soy un atractor de idiotas. Deje tranquilo ese saco. Démelo. (Salvadora le da el saco. Simón lo pone junto al suyo en un cajón. Luego le da un delantal de trabajo.) Escuche atentamente, vamos a empezar a aprender. Un hombre debe tener con qué sostener sus palabras. ¿Se da cuenta? Es muy fácil hablar. Eso es fácil. Cualquiera habla. Lo que un hombre debe hacer es sostener con hechos lo que dice. Y más, sostener con hechos lo que piensa. Ser coherente. Digno. A pesar de todo. A pesar de las adversidades. No se debe luchar con la adversidad. La adversidad es una consecuencia de la lucha. 
Salvadora. (Distraída con el juguete que estaba armando Simón) Pero… ¿todas estas maderitas?
Simón. ¿Me escucha?
Salvadora. Si es que no sé cómo hace para poner todas esas piezas de madera, esas maderitas y que quede bien.
Simón. Primero, está usted mal ubicado. Para trabajar con las piezas de madera, tiene que empezar por pararse bien. Usted es muy mozo, y este es un trabajo de hombres. Tiene que pararse como un hombre. ¿No puede pararse como un hombre?
Salvadora. Como un hombre. ¡Claro! ¡Por supuesto!
Simón. Vamos. Y sáquese el sombrero.
Salvadora. No. El sombrero no me lo puedo sacar.
Simón. Sí, se lo tiene que sacar. Acá adentro sin sombrero.
Salvadora. No. El sombrero no.
Simón. Deme eso.
 (Forcejean, Simón logra sacarle el sombrero, y queda a la vista el cabello largo y rojo de Salvadora, que delata su condición de mujer, Simón observa perplejo.)
Salvadora. Me puedo parar como un hombre si quiero.




3

Falcón. ¿Por qué estoy en tu cabeza, rusito? ¿Si no tenés culpas ni miedo? ¿Si no te querés escapar de tus miedos ni huir de tu culpa?
Simón. Coronel, dejemos eso ahí. Sólo asumamos lo que está pasando. Asumamos esta realidad. Este presente.
Falcón. Vos me ves y yo te veo, esa es la realidad. Ese es el presente. Y me ves, porque no podés olvidarme, porque todo lo que hiciste y todo lo que hacés me trae a tu cabeza.
Simón. Coronel…
Falcón. Ni siquiera sé tu nombre, rusito, y sin embargo te conozco, desde hace mucho, desde siempre, te conozco desde que fui nombrado jefe de la Policía de Buenos Aires, te conozco desde que en La Plata fundé el club Gimnasia y Esgrima, te conozco desde que fui elegido Diputado Nacional, desde que fui nombrado coronel después de batallar junto a Roca en la campaña del desierto, y desde que ingresé…
Simón. Me acaba de describir su carrera en orden exactamente opuesto a los acontecimientos. Ya ve coronel, que el Tiempo se mueve de modo caprichoso.
Falcón. Usted, rusito, usted y todo este asunto del tiempo, no me van a hacer flaquear. Puedo estar acá sin saber, sin saber dónde mierda estoy ni cómo vine a parar acá. Puedo  sentirme un poco aturdido quizá. (La mosca invisible lo ataca de nuevo) Pero nadie me  verá temer, nadie me va a derrotar, nada me puede vencer, ¿sabés porqué? porque soy un soldado de la Nación, un egresado del Colegio Militar.
Simón. ¡Es verdad! Ese colegio que fundó Sarmiento, además de haber fundado la escuela pública y el zoológico de Buenos Aires. Ahí, al menos, a las bestias las encierran. Pero usted anda suelto, coronel, y tiene el raro privilegio de ser el primer milico argentino, el primer cadete egresado del Colegio Militar de la Nación, ¿no es verdad?
Falcón. ¿Cómo sabés que fui el primer cadete rusito? ¿Cómo sabés tanto de mí?
Simón. No se inquiete coronel.
Falcón. No me inquiete las pelotas. Contame rusito, decime, ruso de mierda, ¿de dónde sacaste esa información? ¿Quién te la dio? ¿Algún sindicalista? ¿Algún otro ruso anarquista como vos? ¿Algún tehuelche? ¿Un huelguista? ¿Un ranquel? ¿Un socialista? ¿Un periodista? ¿Un indio de Pincén?  ¿O uno mejicano? ¿Qué hacés en México?, ¿Cómo llegaste acá? ¡Contestame mierda!
Simón. Ya le dije coronel, llegué hace unos años de España, fui allí a combatir por la República.
Falcón. Seguí, desembuchá. Seguí contándome. Contame ruso cagón.
Simón. Combatí allí luego de mi exilio en Uruguay.
Falcón. Seguí ruso de mierda, seguí adelante.
Simón. Querrá decir atrás coronel, no se da cuenta que me opongo a las agujas de su reloj, de ese reloj recto, derechito, industrial. Ese reloj suyo, que va siempre para adelante. Ese reloj aliado del progreso. Mi relato nada tiene que ver con el progreso. No va siempre hacia adelante. O quizá el adelante en mi relato no siempre es el futuro. El tiempo se mueve a su antojo.  
Falcón ¡Contá ruso! ¡Dejate de esas mierdas del tiempo y contá que hiciste después de estar en Uruguay!
Simón. Ya le conté lo que hice después coronel, fui a España a combatir. No se pierda. Es tan elemental su linealidad. El tiempo no es lineal coronel, el tiempo es anarquista.
Falcón. No me nombres a esos sucios indios rojos. ¿Qué pasó después? (la mosca lo ataca de nuevo)
Simón. Antes coronel, no después. La palabra es antes. Antes de mi exilio en Uruguay, antes de que Irigoyen diera el indulto a los presos políticos en el 30. Antes de convertirme en una especie de paladín de la clase obrera cuando me liberaron, antes de indultarme pero sin permitir que me quede en Argentina, antes, coronel, de que eso fuera el motivo por el que me fui a Uruguay, antes y no después, estuve preso en Ushuaia, un tiempo, sólo un tiempo. Veinte años. Veinte años en la cárcel de Ushuaia coronel, ese es casi el inicio de mi historia, que cuento ahora al final. Veinte años me sirvieron para reflexionar acerca de esta mierda del tiempo, como usted dice. Esta mierda del tiempo que no pasa, que se detiene, que va hacia atrás, que vuelve, que me hace regresar siempre a ese mismo pozo frío y oscuro. Cagado a palos. Esta mierda de tiempo por la que vuelvo siempre a Ushuaia coronel, no puedo dejar de estar en Ushuaia ni un segundo. No podré nunca dejar de sentir los golpes, las heridas, los cortes, las vejaciones, el hambre, las torturas, los carceleros bajándome los pantalones. Son cosas que no se olvidan, coronel, instalan otro tiempo en el cuerpo, un tiempo diferente al de su reloj mecánico, que siempre va para adelante, que es sólo una cuerda que se tensa y afloja, igual a la de los juguetes que fabrico. Su reloj marca un tiempo mecánico, de juguete, sin vida, que avanza. El tiempo del que yo le hablo es un tiempo vivo, humano, que va y vuelve, que viene y va. En ese tiempo estoy aún en Ushuaia, ahora y siempre; y también estoy acá en México con usted; y en España; y en Uruguay; y en… coronel ¿le pasa algo? ¿Le sigo contando? ¿Me escucha? (Falcón ni lo escucha atacado por varias moscas imaginarias)


4

Salvadora. Antes de irme, permítame decirle el motivo de mi intrusión.
Simón. Ya se lo pedí dos veces: váyase.
Salvadora. Estoy buscando a un hombre. Un revolucionario. Un anarquista.
Simón. ¿Acá?
Salvadora. Se rumorea que está en Méjico. De incógnito. Simón Radowitzky. ¿Lo conoce? ¿Conoce la historia? Estuvo preso 20 años en la cárcel de Ushuaia, en Argentina. ¿Se imagina lo que debe ser eso?
Simón. Puedo darme una idea. Ahora váyase.
Salvadora.
"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."
Los payadores compusieron estrofas en su honor. Estoy investigando su vida. Soy periodista. Mi intención es hacer una biografía. Hoy nadie se acuerda de él. Pero fue un símbolo de la lucha de la clase obrera, durante muchos años. ¿Usted también es argentino?
Simón. ¿Tengo acento argentino?
Salvadora. Un poco. Sudamericano. Uruguayo no es. Me daría cuenta.
Simón. ¿Por qué?
Salvadora. Porque soy uruguaya. Y detecto el acento a miles de kilómetros.
Simón. Sabe, usted me hace acordar a alguien. Así, pelirroja como usted. Ahora váyase.
Salvadora. ¿Nos conocemos?
Simón. No. No es usted definitivamente. Usted no había nacido cuando la conocí.
Salvadora. Parece que son recuerdos intensos los que despierto.
Simón. Tal vez. ¿Todavía está acá?
Salvadora. Ah. No me presenté no le dije mi nombre. Soy Salvadora.
Simón. Salvadora. No puede ser.
Salvadora. ¿Qué?
Simón. Se llama igual que ella.
Salvadora. ¿Ella? Ahá. Así que sí hubo algo intenso. Bien. Entonces… (Comienza a irse, Simón la detiene con el próximo texto)
Simón. (Interesado en que ella no se vaya) Porque no me cuenta de ese… anarquista.
Salvadora. Simón Radowistky. ¡Qué casualidad! Usted también se llama Simón, igual que él.
 Simón. ¿Rado…qué?
Salvadora. Radowistky. Si vive debe tener aproximadamente su edad. Tuvo una vida muy dura. Lo más probable es que esté muerto.
Simón. Lo más probable. (Toca madera sin que ella lo vea) ¿Y cómo es la historia de ese…?
Salvadora. Radowitzky. Acá tengo mis notas. (Saca un cuadernito con sus notas.) Mire. Era hijo de una familia obrera y judía de la ciudad rusa de Ekateri…
Simón. Ekaterinoslav. (Simón lo dice sin titubear y luego disimula, finge haberlo leído del  cuadernito)
Salvadora. A los 10 años dejó la escuela y… ¿le interesa? (Simón la observa, embelesado, le observa el cabello rojo)
Simón. Sí, discúlpeme, me distraje por un momento. Siga por favor.
Salvadora. (Simón sigue embelesado, sólo presta atención al final de este parlamento) Le decía que dejó la escuela y empezó a trabajar como herrero; la hija de su maestro lo inició en el anarquismo. Cuatro años más tarde, ingresó en una metalúrgica; en una manifestación reclamando una reducción en la jornada laboral, fue herido por un sable cosaco, que lo confinó en cama durante seis meses...
Simón. ¿Un sable? ¿Seis Meses? ¿De dónde sacó esa información?
Salvadora. No voy a revelarle las fuentes. ¿Por qué duda usted? ¿Dice que no fue un sable? ¿Usted sabe algo? ¿Lo conoce a Radowistky? ¿Usted es periodista? ¿Lo vio alguna vez? ¿Está en Méjico no? Está en Méjico, lo sabía.
Simón. Es usted muy bella salvadora. (Pausa) No. No me malentienda. No tengo esas intenciones. Es que me recuerda mucho a otra Salvadora que conocí hace años en Uruguay.
Salvadora. ¿En Uruguay? ¿Entonces estuvo usted en Uruguay? ¡Ahá!… por eso yo detecté un acento… sudamericano. ¿Es argentino?
Simón. ¿No escucha mi acento? ¿No sabe ya que soy Polaco?
Salvadora. Sí, pero tras ese acento polaco hay algo de sudamericano. No lo sé. En la forma. En las maneras. Ahora que me dice que estuvo en Uruguay se explica. ¿Cómo fue que estuvo en mi país?
Simón. Es una historia irrelevante, fue sólo uno o dos días… el barco… pasó primero por ahí antes de venir a Méjico.
Salvadora. Usted me subestima. Es cierto que soy joven, inexperta, que cometí la torpeza de meterme en su fábrica haciéndome pasar por un hombre, pero ¿Que el barco que lo trajo de Polonia a Méjico pasó primero por Uruguay? ¿Cómo le parece a usted que puedo llegar a creer semejante mentira?
Simón. Yo…
Salvadora. Vamos. Dígame la verdad. Estuvo en Uruguay.
Simón. Sí.
Salvadora. Usted es anarquista.
Simón. Sí.
Salvadora. Luchó por los derechos de los obreros.
Simón. Sí.
Salvadora. Lo sabía.
Simón. Sí.
Salvadora. Lo descubrí.
Simón. Sí.
Salvadora. Usted es…
Simón. Sí.
Salvadora. Souchy Bauer, el libertario.
Simón. No.
Salvadora. Claro que sí, no diga que no, está acá haciéndose pasar por un constructor de juguetes, cuando es un libertario amigo y compañero de lucha de Radowistky. No lo niegue más.
Simón. No.
Salvadora. Admítalo, Souchy. Ya lo descubrí. Ahora, dígame: ¿Simón Radowistky vive? ¿Dónde está? ¿Está en Méjico? ¿Puedo verlo?
Simón. En este mismo instante.
Salvadora. ¡Conteste! ¿Cómo en este mismo instan…? (Breve pausa, ella comprende) ¿Qué? ¡Ahhh!
Simón. No fue con un sable cosaco. Ni fueron seis meses. Fue un disparo en el pecho. Y fue un año de convalecencia. 
Salvadora. ¿Usted? ¿Usted es Simón…? ¿Qué edad tenía cuando pasó eso?
Simón. 14 años. Todavía me duele el pecho. Y todavía tengo 14 años.
Salvadora. Recibió un balazo en el pecho y sobrevivió. Eso pasa una sola vez en la vida. Qué afortunado fue usted.
Simón. A mí me pasó dos. Dos veces un arma se disparó sobre mi pecho y dos veces sobreviví. No sé si afortunadamente. 
Salvadora. ¿Dos veces? Esa fue la primera vez ¿Cuándo fue la segunda?
Simón. Tiempo al tiempo. 




5

Simón. ¿No dice nada su cuaderno de apuntes acerca de la semana roja?
Falcón. La llamaron la semana roja por los rusos, por los anarquistas, por los rojos.
Simón. No siento culpa. 
Salvadora. ¿Con quién habla?
Simón. La llamaron la semana roja por la sangre.
Falcón. No existe la culpa.  
Salvadora. ¿Con quién habla? ¿Simón?
Simón. Busque. Busque en su cuaderno.
Falcón le pega otra vez a Simón, que cae al suelo muy golpeado, apaleado. Salvadora observa atónita.
Salvadora. Simón. ¿Está bien? ¿Se tropezó?
Simón. Busque. Busque. Yo no escapo coronel. No escapé nunca. No hay culpa. Sólo hechos. 
Salvadora. ¿Con quién habla?
Simón. Busque: La semana roja.
Salvadora. No tengo que buscar sobre la semana roja: sé muy bien lo que pasó. Y usted también Simón. ¿Para qué vamos a hablar de algo que ya sabemos?
Simón. (Falcón, invisible para Salvadora, golpea fuertemente a Simón que cae extenuado por los golpes. Casi en secreto le dice a Salvadora:) No todos aquí sabemos todo lo que pasó. Cuéntelo, por favor. (Salvadora comprende, Falcón golpea otra vez a Simón)
Salvadora. Buenos Aires. Primero de mayo de 1909. Ese día ocurre la más grande tragedia obrera hasta ese momento en la Argentina. La policía montada al mando del comisario Medrano, después de que sonara el clarinazo de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las columnas obreras en Plaza Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos proletarios en San Petersburgo o en Moscú.
Falcón. ¡Esos malones rojos!
Salvadora. En la historia de las represiones obreras, la del coronel Falcón fue una de las más alevosas y cobardes. En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para explicar el drama, el militar usará el argumento que todavía hoy se emplea en la Argentina:
Falcón. ¡Fue culpa de los agitadores!
Simón. No existe la culpa.
Falcón. Rusos de mierda. Vuélvanse a su país.
Salvadora. Seguirán días de paro general proclamado por la FORA, Federación Obrera República Argentina, que tendrá un desarrollo muy violento. En esos días continuará la brutal represión y se seguirán sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:
Simón. (Luego se sumará Salvadora y terminan diciéndolo al unísono:)
"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"

Simón.  (A Salvadora) Yo estuve ahí. Yo vi morir a esos hombres.
Falcón. De ahí te conozco rusito. De ahí nos conocemos. Volví rusito volví. (Le pega)
Simón. No coronel, yo estuve ahí, pero usted no me vio. Salvadora, ahora lea que pasó en noviembre del mismo año…
Salvadora. No necesito leerlo. 14 de noviembre de 1909.
Simón. …El tiempo... no es lineal…
Salvadora. Un joven obrero metalúrgico, judío, de apenas 18 años.
Simón. …desde entonces tengo 18 años…
Salvadora. Esperará al coronel Falcón en la zona del cementerio de la Recoleta. Es una apacible mañana de domingo.
Simón. …el tiempo va y viene coronel…
Salvadora.  Apostado en la vereda de Callao y Quintana, el joven ve acercarse el vehículo.
Simón. …el tiempo…es anárquico…
Salvadora. Después y sólo después el joven Simón intentará suicidarse disparándose en el pecho.
Simón. ¡Viva el anarquismo!
Salvadora. La bala sólo rozó su pecho, sobrevivió a su propio disparo. ¡Dos veces en su vida sufrió disparos en el pecho y dos veces sobrevivió!
Simón. ¡Tiempo al tiempo!
Salvadora. No hay culpa. Sólo hechos.
Simón. La culpa no existe.
Falcón. Entonces si no tenés culpa y sentís que obraste con corrección ¿porqué el fantasma de este milico atormenta tu cabeza, se mete en tus pensamientos al final de tus días?
Simón: ¿Cómo sabe que usted es mi fantasma? ¿No pensó que tal vez sea al revés? ¿Porqué debe ser usted mi fantasma? Tal vez yo sea el suyo. Tal vez todo esto que pasa, pase en su cabeza y no en la mía.
Salvadora. (Por primera vez ve a Falcón y se dirige directamente a él, todo se vuelve extraño) ¿No pensó eso coronel? ¿No le parece raro que yo le hable? ¿No puede ver que somos sus fantasmas?
Simón. ¿Pensó que no habría consecuencias después de haber mandado a asesinar a aquellos obreros por la espalda el primero de mayo?
Falcón. Pasaron muchos años ya.
Simón. No coronel. Fue hace unos meses. El tema es el tiempo, siempre es el tiempo. 
Salvadora. Ahora es noviembre. Una apacible mañana de domingo. Y usted está volviendo en un vehículo del cementerio de la recoleta. Cuando un rusito cagón corre hacia el carruaje, pero usted no puede verlo.
Simón. ¿Comprende coronel? ¿Ahora comprende adónde nos lleva todo esto?
Falcón. Era previsible.
Simón. Sí. Pero no se la esperaba. Usted dijo Sé que los anarquistas me tienen una bomba reservada” para compadrear desde las páginas de La Nación. Pero su soberbia no le permitió pensar que alguien se animase. Que algún rusito loco se fuera a animar.
Falcón. Ni yo ni ellos podemos cambiar.
Simón. Eso es verdad.
Falcón. Pero vos rusito, te conozco rusito vos ¿quién sos? ¿Quién carajo sos?
(Se oye un clamor popular de manifestación, como surgido de improvisto, deux ex machina que asciende hasta el final, y sigue durante el apagón.)
Simón. Yo soy ellos, coronel.
Salvadora. Ahora y sólo ahora y siempre ahora y siempre es la apacible mañana de domingo del 14 de noviembre de 1909. Cerca del cementerio de La Recoleta. Un joven obrero metalúrgico, judío, espera apostado en la vereda de Callao y Quintana, al acercarse el vehículo que transporta al coronel Falcón, el joven Simón, de apenas 18 años, se dirige raudamente hacia él e imprevisiblemente le arroja una bomba casera en la cara. Ramón Lorenzo Falcón, el orgulloso militar argentino, todo un símbolo para los hombres de uniforme, el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento, estalla. Vuela por los aires. Muere de esquirlas de vidrio y clavos en su cara. Muere de una pierna destrozada. Muere de una forma de ver la patria. Muere de campaña del desierto. Muere de policía metropolitana. Muere de convertirse en avenida. Y en el delirio previo a su muerte, sin nada más que fiebre, su cerebro esquirlado de pro hombre de la Nación, su cabeza llena de moscas de hierro molestas como esquirlas, imagina a su verdugo ya grande, en una fábrica de juguetes en Méjico acompañado de una mujer llamada Salvadora, tal vez también imaginada. (En este último fragmento de texto y sólo ahí, mira directo al público)
Mientras Salvadora narra lo anterior Simón termina de armar el juguete que estuvo armando durante toda la obra, que no es otra cosa que el vehículo que conducía a Falcón en miniatura. El vehículo de repente estalla, Falcón siente un mar de insectos en la cara y se derrumba moribundo. Apagón lento sobre la acción: Salvadora mirando al público, Falcón retorciéndose de dolor en el piso, y Simón a punto de dispararse en el pecho. Justo al iniciar el apagón salvadora termina con el último texto, casi susurrado, y directo al público, las últimas palabras se escuchan casi en total oscuridad: 
Salvadora. Ahora y sólo ahora y siempre ahora y siempre es la apacible mañana de domingo del 14 de noviembre de 1909…

Apagón penumbra.

Texto en off en apagón, sobre el clamor popular:
Compañeros anarquistas y trabajadores de la Argentina: Estoy libre. Soy de nuevo hombre entre los hombres. De mis 20 años sufridos y resistidos como anarquista en el horrible Presidio Argentino ya habrá tiempo de hablar. Esto fue un accidente común en la vida de todo revolucionario. Ahora sólo quiero decirles, como mi mejor saludo a los compañeros y los proletarios del mundo, que mi Anarquismo que no se dobló en la cárcel, se afirma hoy más fuerte que nunca en la libertad, porque yo sé que esta libertad mía no significa la libertad del Pueblo, esclavo siempre de la tiranía burguesa. Para abolirla en toda la tierra estaré siempre entre vosotros.
Un abrazo de vuestro hermano
Simón Radowitzky.
Montevideo, 19 de mayo de 1930.

Fin.


Guillermo Yanícola, Mar del Plata, Septiembre 2013, revisada 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario